171.1 Algunas anécdotas de los médicos árabes de la Edad Media

Historia y Filosofía de la Medicina fue mi materia preferida en la Facultad. Si, y no me da vergüenza admitirlo. La gente (sobre todos los estudiantes) suelen dejarla a un lado, ¿a quién le interesa saber sobre métodos barbáricos de curación, cirugías sépticas y herbolaria en vez de farmacología?.
Los más vivaces podrán encontrar el origen de los cirujanos modernos en los médicos barberos, el principio de la química en la alquimia y los destellos de genialidad en aquéllos antiguos cuidadores (señores, la palabra "médico" proviene de "medere" = cuidar, el médico no es el que cura, si no el que cuida. O como diría Ambroise Paré, el Padre de la Cirugía Moderna "yo sólo lo vendé, Dios lo curó") que le han dado forma, cual martillo sobre el acero, al monumento llamado Medicina.

Dentro de los estudios de la Historia de la Medicina, mención aparte merecen los médicos árabes. Fuera de escribir un relato acerca del desarrollo médico en el núcleo del Islam, me remitiré a escribir algunas anécdotas y vivencias de los más representativos médicos árabes, recalcando su amplio conocimiento a pesar de las obvias limitantes de la época.

De Avicena: "El médico ignorante es el esbirro de la muerte".

Una misteriosa enfermedad afligía a un joven. Se encontraba abatido y apático hasta el extremo de que nadie podía ayudarle. Avicena se sentó con él, le tomó el pulso y le hizo algunas preguntas. Se citaron varias ciudades de los alrededores, y una de ellas hizo que el pulso del sujeto se acelerase súbitamente. Siguieron nuevas preguntas y, cuando se nombró una calle determinada, el pulso volvió a acelerarse. Se preparó una relación de quienes vivían en la calle, y el pulso del joven se aceleró ante la mención de una joven. Se hizo venir a ésta, y el hombre curó el momento. Al relatar ésta anécdota, el historiasdor Harvey Graham señala que el moderno detector de mentiras se basa en el mismo principio, ya que registra las variaciones que la presión arterial y el pulso experimentan durante el interrogatorio.

El tratamiento de las hemorragias arteriales según Albucasis:

En tal caso, coloca con presteza el dedo índice en el punto de la hemorragia y aprieta hasta que la sangre deje de salir. Calienta varios cauterios con la punta en forma de aceituna. Elige uno de ellos con arreglo al tamaño del vaso y aplícalo a éste en cuanto retires el dedo, manteniéndolo hasta que la sangre deje de fluir.
Ten cuidado al quemar para no dañar nervios cercanos, porque ello causaría más dolor al paciente.
Recuerda que sólo hat cuatro formas de cortar una hemorragia arterial, en especial si interesa a un gran vaso: quemarla, como a se ha descrito; dividirla, si no se ha perdido por completo, porque los extremos se cierran y cortan la hemorragia; mediante una ligadura fuerte; y aplicando remedios que corten la sangre combinados con un vendaje de presión.
Pero quienes traten de cortar hemorragias graves con vendas, compresas, sosa cáustica o cualquier otro médoto, no obtendrán resultados nunca o casi nunca.

Sobre el arte de la medicina, Djabril:

Relata la siguiente anécdota el historiador Arthur Christensen en su obra sobre Hipócrates: "¿Qué sabes de medicina?", preguntó Harun al Rachid a su médico Djabril, y éste le respondió: "Sé enfriar lo caliente y calentar lo frío, humedecer lo seco y secar lo húmedo". El califa contestó, sonriendo: "Esto es todo lo que puede pedirse al arte de curar".

De Moises Maimónides: "Reparad en que creéis en la astrología y en la influencia de los planetas sobre el destino humano. Debéis renunciar a semejantes ideas y lavaros la mente como quien lava ropa sucia. Los científicos con experiencia se niegan a admitir ni una sola palabra de este saber. La evidencia irrefutable basada en hechos racionales desautoriza sus afirmaciones."

Podemos maravillarnos de la ciencia moderna, pero en una época donde el campo de batalla era el quirófano, donde la esperanza de vida no era mayor de 40 años, donde una epidemia podía acabar con la mitad de la población en Europa, África y Asia e incluso sugerir la no-existencia de una mano divina detrás de cada enfermedad era condenado con la muerte, algunos verdaderos médicos se encargaron de mantener viva la llama de la ciencia y el arte de la Medicina, sin comprometer sus propios ideales.

(Fragmentos tomados de Historia de la Cirugía, Knut Haeger, Editorial Corporativo Intermédica)

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