La ganadora del Oscar del año pasado es una muestra de que una película sumamente sencilla, simple y bien contada se debe agradecer con cualquier cantidad de distinciones y premios.
El asunto principal es tan simple y con tanta profundidad que conmueve: uno de los hombres más poderosos del mundo no puede hablar en público. A menudo, ni siquiera en privado. La tartamudez del Duque de York hubiera sido un problema menor si no fuera por dos pequeñísimos detalles: el Rey Jorge V murió sorpresivamente pocos años antes de iniciar la Segunda Guerra Mundial y su hermano mayor y el sucesor al trono, el Rey Eduardo VIII, abdicó en favor de "perseguir el amor". Así, Albert Frederick Arthur George "B-b-b-bertie" de Windsor pasó a convertirse en Jorge VI, el Rey y Emperador de casi una cuarta parte del mundo, un peso enorme para su de por sí atribulada faringe.
Tartamudo desde pequeño, era la burla de sus hermanos y la vergüenza (aparentemente) de su padre. Sus discursos eran una tortura para él y los que lo tenían que escuchar, al grado de dejar pasar minutos entre una palabra y otra y volverlos interminables. Situación desesperada para el Rey, quien representaba la moral de todo el país, sobre todo en una época tan inestable como el período entreguerras y contando con los adelantos tecnológicos que permitían transmitir los discursos hasta los hogares de sus súbditos.
Jorge VI, (dice mi madre que le hicieron un favor al poner a Colin Firth para su representación) acude entonces al terapista de lenguaje Lionel Logue, interpretado por Geoffrey Rush, un excéntrico médico del habla quien iniciará una relación que va más allá de la de médico-paciente, buscando la causa del tartamudeo del Rey más allá de deformaciones físicas o problemas mecánicos.
Tom Hooper dirige esta serie de incidentes de una manera casi minimalista. Por un lado las responsabilidades de la nobleza, sus problemas, sus trapos sucios y sus presiones. Por el otro, el defecto que convierte al Rey en un ser humano y en un paciente. Todo esto contado de tal manera que por momentos olvidamos que estamos hablando de Reyes y Guerras Mundiales, hasta que la realidad golpea y recordamos que estamos viendo un drama histórico.
El punto culminante de la película es precisamente el discurso del que hace alusión el título. Un discurso para tranquilizar a la gente en el inicio de las horas más oscuras de Inglaterra, ante la incertidumbre de saber en qué terminará el evento que se avecina. Un Rey debe guiar a su pueblo, tranquilizarlo, darle valor y fuerza y coraje. Debe mandar un mensaje claro y fuerte que no permite errores ni dudas. Jorge VI sabe que arruinar éste mensaje podría arruinar al país.
La escena del último discurso es un golpe bien dado. La forma en que Firth y Rush actúan e interactúan, la confianza entre médico y paciente, entre Rey y súbdito, entre amigos es casi palpable. Firth parece al borde de las lágrimas, transmitiendo la presión a la audiencia y la desesperación de no saber que está a punto de salir de su garganta o quedarse atorado ante el micrófono.
Actúan también (entre los actores que reconocí, admito que de actores ingleses sé demasiado poco) Helena Bonham Carter, Michael Gambom (quien quedó igualito al Rey Jorge V) y Timothy Spall (un Colagusano haciendo pucheros para imitar a Winston Churchill, insuperable). Sólo faltó ver a Alan Rickman por ahí.
Como mencioné al principio, la película es sencilla en su planteamiento y ejecución y aunque maneja el tema de la realeza lo que vemos es el conflicto de un hombre y el amigo que trata de ayudarlo. Un conflicto demasiado humano, tal vez.
Le d-d-doy un...un Hum-b-b-b-bertcri...cio de...oro.
SPOILER: Aquí dejo esto, por si alguien no quiere ver la película. O si alguien ya la vio. O si a alguien no le importa echarse a perder un poco de la película.
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