La espera es desesperante. Por varios días estuvieron cambiando la fecha de salida hacia Curacao. Llegó un momento en que ni siquiera sabíamos si nosotros íbamos a ir o si se iba a realizar el cambio de guardia de fin de mes y nos iban a desembarcar.
Me enteré del viaje a unos días de embarcar. Como no tenía pasaporte, llevé mis papeles a Campeche, un par de días después de llegar, así como la aplicación de la vacuna contra la fiebre amarilla (y de paso me pusieron las otras cinco vacunas que me hacían falta). El pasaporte que sencillo. Reconozco la amabilidad de los encargados de la SRE de Campeche para orientarme en el proceso. Después de un par de horas y de pagar en el banco el costo del documento, salí de ahí con el pasaporte en la mano. Las vacunas fueron otro rollo. Bendita salubridad publica: IMSS no la tenía y SSA si, pero tardaba dos días en llegar y costaba 5oo pesos. En el IMSS me habían dicho que era gratis, pero bueno, es SSA.
Además de los consabidos objetos y productos de higiene personal mi "kit de viaje" debe incluir material ligero de esparcimiento: llené mi computadora de Hellblazer y The Preacher, me compré un par de cuadernos de sudokus (que MONESVOL bendiga a los japoneses y sus rompecabezas numéricos) y unos cuantos libros: El Péndulo de Foucault, La Chica que Soñaba con un Cerillo y un Galón de Gasolina, Los Cuadernos Secretos de Agatha Christie, Apocalipsis Z: Los Días Oscuros, El Curioso Incidente del Perro a Medianoche y El Juego de las Maldiciones. Como extra, unas cuantas botellas de Coca-Cola y unas cuántas bolsas de frituras.
Una semana. El viaje duraría una semana entera, sin señal de teléfono, internet por ratos y posiblemente sin que llegara la señal de Sky a la televisión. Medicamento listo, alimentos listos (ya que es deber del médico checar las condiciones generales de los alimentos antes y después de su preparación, en conjunto con el cocinero, ya saben).
Y el problema era ése: sabíamos cuánto iba a durar el viaje, pero no sabíamos cuando íbamos a salir. Y el tiempo pasaba y la fecha de desembarque se acercaba, y cuando faltaba un día para el cambio de guardia, salimos. Éramos 90 personas en el barco, dispuestos a viajar a costas extrañas.
El problema: me acabé cuatro de los libros en el puro viaje de ida, y me leí más de la mitad de los cómics. Y es que navegar es algo monótono: exceptuando las marejadas (que es cuando todo el barco se tambalea como ebrio) y algún cruce con otro barco o una isla, el pasaje es exactamente el mismo. Agua por todos lados.
Incertidumbre e impaciencia, dos compañeras inseparables del marino.
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