El 26 de octubre de 1998, por mi cumpleaños, mi mamá preparó unos (creo) cuatro kilos de pollo al estilo Kentucky. Fue lo que comí durante los siguientes dos días, en un salón de una escuela primaria detrás de mi casa, junto a otras veintitantas personas, soldados, marinos y en medio de una de las peores lluvias que se hayan visto en Chetumal, Quintana Roo, desde el trístemente célebre huracán Janet, en 1955. Los rumores llegaban a tal grado, que se decía incluso, había camiones en las afueras de Chetumal cargados con bolsas para cadáveres. Me acuerdo perfectamente de la fecha, y del sabor del pollo estilo Kentucky de dos días de haber sido preparado, al igual que se acuerdan de la fecha miles de hondureños, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y beliceños que lo perdieron todo.
El 26 de octubre de 1998 el huracán Mitch llegó a ser categoría 5, a escasos kilómetros de tocar tierra, en Centroamérica.
Para Chetumal, fue una segunda oportunidad, y para todos los que ahí vivíamos, ya que no pasó a mayores. Por ese breve período, entreví, sin comprender del todo, la magnitud de la gente que de pronto lo pierde todo. El no poder dormir en ninguna cama, el no tener comida caliente, el depender de una mala organización para subsistir, el depender de las donaciones de otras personas para retomar lo que queda de tu vida.
Hoy tuve la oportunidad de ayudar. Por fortuna tengo trabajo, y pude desprenderme de un par de billetes para comprar víveres y llevarlos al centro de acopio del WTC, donde están refugiados los damnificados. También, por fortuna, estudié algo que siempre será necesario, y que en estos momentos hace falta. Me metí donde estaban dando las consultas médicas y me puse a clasificar los medicamentos junto a otros voluntarios, recabar los medicamentos que llevaban y checar fechas de caducidad. Cuando pude, me agencié una hoja de consulta diaria y comencé a hacer algo más por la gente.
28 consultas, desde un niño de 1 año y cuatro meses con picaduras de insecto hasta una señora de 111 años, lúcida totalmente y que no toma ningún medicamento, que tenía unos golpes de cuando la sacaron de casa y estaba deshidratada.
Me sentí por un momento de vuelta en el Servicio Social, achicando un bote que se hunde con una cuchara, pero me siento afortunado por los otros médicos voluntarios que tenía a mi lado, así como pasantes, estudiantes y enfermeras que hacían labor. El poco rato que estuve dando consulta se me hizo bastante liviano.
El problema fue cuando llegó la señora Rosa Borunda, esposa del actual Gobernador de Veracruz Fidel Herrera. Ella llegó cuando salí a comer algo con Zab, y notamos que había algo mal cuando el Ejército empezó a bloquear las entradas. Cuando regresé de comer las puertas estaban clausuradas, y había que dar toda la vuelta por fuera del WTC para poder entrar. Además, una batucada estaba haciendo ruido dentro de las instalaciones. ¿A quién carajo se le ocurre poner una batucada en un lugar así? Hay que ser un verdadero asno para no comprender que la gente en el WTC se divide en dos tipos: damnificados y voluntarios. A los damnificados la música no les sirve de nada, porque tienen cosas más importantes en las cuáles pensar y hacer, y a los voluntarios la música sólo los distrae. Puedo dar consulta en una mesa compartida por otros tres médicos, sin mesa de exploración, sin estuche de diagnóstico, con un calor de la fregada y sin la higiene adecuada, porque es lo que hay, pero no puedo dar consulta en un pinche circo.
La señora ridícula a eso fue, a tomarse fotografías para quedar bien, como todo político y esposa de político. El fuerte de la ayuda que vi fue de la sociedad civil.
Me cuenta mi hermana que no faltaba el imbécil que no quería que la ropa se separara "porque la estaban inventariando" mientras los damnificados dentro del recinto tenían puesta la ropa mojada, ni el intento de politiquillo que preguntaba "¿y tú de parte de quién vienes?", incapaz de comprender que no a todos nos mueve el hueso. Si fuimos de voluntarios es porque no vamos de parte de nadie.
Dentro de los salones Tajín la visión es sorprendente. En esos salones fue mi fiesta de graduación tanto del bachillerato como de la Facultad. Ahora el piso estaba cubierto de pared a pared con colchas, sábanas, cobertores y uno que otro colchón. Miles de personas amontonadas, esperando que el agua se controle para rescatar lo que quede de su patrimonio. Los niños, jugando en el área que les está destinada, envueltos en una aventura que tal vez nunca comprendan del todo.
A ésas personas sólo les puedo decir que lamento los niveles superiores de organización, que están perdidos y que lamento que su desgracia sea plataforma política para cuanto muerdehuesos de segunda se presente. También les quiero decir que estén tranquilos, están en manos de voluntarios capaces y organizadores de niveles medios competentes que están ahí para ayudarlos de verdad, a quiénes no les importa salir en las fotos ni buscan hacer leña del árbol caído y que son los más. Que hay gente que está ahí para ayudar solo por ayudar.
Es una suerte saber que hay gente ahí, dispuesta a darlo todos por los demás con la intención de ayudar...
No te conozco; aún así, gracias
Labbe
20 de septiembre de 2010, 11:27
Me sacó lagrimita tu post. Pero qué bueno que todavía hay personas que ayudan por gusto sin esperar nada a cambio.
¡Saludos, Mau!
Sandris
20 de septiembre de 2010, 11:42
Justo estoy viendo la nota de la esposa de Felipe Calderón paseándose por ahí y me acordé de ti.
William Saints
21 de septiembre de 2010, 19:05
@Labbe: Gracias por el comentario.
@Sandris: Sip, así me sentí cuando lo escribí, recordando. Un abrazo.
@William: Todos son iguales.
Humbert C. Christopher
21 de septiembre de 2010, 21:10
Por eso te amo:* :* :*
Zabdy
21 de septiembre de 2010, 21:57