148.- Yo, ajedrecista (2)

"Oh, qué tarea tan dura fue
arrastrar al hipopótamo fuera del estanque."

-Korney Chukosvki

La imaginación suele ser la mejor arma secreta de un ajedrecistas, no el razonamiento matemático y abstracto que la gente suele creer. Por lo menos en el juego medio, durante el desarrollo de la verdadera batalla, hacen falta más las dotes de un mago que las de una máquina de pensar. En su libro "Como la vida imita la ajedrez", Garry Kasparov, quien podría ser el Campeón Mundial de Ajedrez más grande de todos los tiempos, recopila un hecho curioso respecto a éste tema, de la mano de Mikhael Tal, el llamado Mago de Riga, famoso por su juego enérgico e imaginativo:

(Referente a una partida sumamente reñida contra el GM soviético Vasiukov)

Las ideas se agolpaban en tropel. Yo había trasladado una sutil respuesta para mi oponente, que había funcionado en una ocasión, a otra situación donde naturalmente resultó bastante inútil. De manera que tenía la cabeza llena de un caótico montón de movimientos de todas clases, y del famoso "abanico de posibilidades", del que los preparadores te recomiendan que cortes las ramas más pequeñas, que en ese caso se expandía con una velocidad increíble.
Y entonces, de pronto, por la razón que sea, recordé el famoso pareado de Korney Chukosvki:

Oh, que tarea tan dura fue
arrastrar al hipopótamo fuera del estanque.

No sé por qué tipo de asociación apareció el hipopótamo en el tablero de ajedrez, pero aunque los espectadores estaban convencidos de que yo seguía estudiando la posición, en aquel momento solo intentaba averiguar: ¿cómo se arrastra a un hipopótamo fuera del estanque? Recuerdo que pensé en palancas y en gatos hidráulicos, en helicópteros, en incluso una escala de cuerda. Tras considerarlo durante largo rato, admití mi fracaso como ingeniero, no sin cierto resquemor: ¡Qué se ahogue!. Y de repente, el hipopótamo desapareció. Se fue del tablero de ajedrez como vino. Repentinamente. Y al instante, la posición no me pareció tan complicada. En aquel momento, de algún modo, me di cuenta que era imposible calcular todas las variables, y que sacrificar al caballo era, por su propia naturaleza, puramente intuitivo. Y dado que auguraba una partida muy interesante, no pude evitar hacerlo.
Y al día siguiente, me encantó leer en los periódicos que Mikhael Tal, tras pensar detenidamente en la posición durante cuarenta minutos, y calcularlo minuciosamente, sacrificó una pieza...

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