Admiro a los simplones, por su forma tan ligera de tomar la vida. ¿Qué daría yo, en este mundo al borde del precipicio (con la globalización, el capitalismo destructivo, la pérdida de valores, el analfabetismo funcional, el calentamiento global) porque mi máxima preocupación fuera que los Tiburones llegaran a la Primera División?
Nada me gustaría más que recordar una vez al año y con sólo prender la tele que los discapacitados y los niños con cáncer existen. No, yo no puedo, por mi trabajo y mi forma de ser vivo con ésa idea siempre presente, y me perturba que mi pais no tenga los medios ni la actitud necesaria para mejorar ésas tristes realidades. No, yo no puedo tranquilizar a mi conciencia donando para el Teletón, evadan o no impuestos. Yo prefiero seguir haciendo bien mi trabajo.
Me gusta pensar que tanto los lectores como los libros somos especies en peligro de extinción. Cada día quedamos menos y lamentablemente no es un rasgo hereditario. Al contrario, en éste país, si te ven con un libro en la mano, eres el rarito, eres el putito, eres el maricón. Los simplones ni siquiera pueden pensar en un insulto original. Lo peor de todo es que no les puedes dar una respuesta creativa, porque sabes que no la entenderían.
El español tardó cientos de años en moldearse y perfeccionarse. Yo tardé todos los años de mi educación en tratar de aprender a escribirlo con muy relativo éxito. Ahora veo el descuartizamiento que han hecho con mi idioma, no sólo en internet y las cajas de cereal Pop´s, sino en las mismas escuelas y universidades. Nos regodeamos encima del cadáver del español y nos parece demasiado normal. Triste va a ser el momento en que saber leer y escribir deje de ser un requisito para el trabajo, y ése momento se acerca.
Adoro a los simplones, a aquellos a los que nada profundo los aqueja. Aquellos que creen que la página de Sociales del periódico local es un marco obligado de referencia. Por lo regular son los mismos que consideran las manifestaciones de porros, Café Tacvba de nacos y el diseño gráfico una pérdida de tiempo.
Adoro a los simplones que no saben que el rock existe, porque no existe una estación local de rock. Creen que todo es pop, y están tan seguros de las bondades del pop que creen que los cantantes son los compositores de las canciones que medio interpretan.
Adoro a los simplones que tienen un celular Sony Ericsson, pero sólo lo utilizan para escuchar raeggeton a todo volumen en el camión. Para llamar y mandar mensajes tienen un Nokia de los baratos.
Adoro a los simplones que creen que estudiar está sobrevalorado. Suelen ser aquellos que glorifican a los narcotraficantes que se creen preparados para llevar el mismo estilo de vida. También suelen ser aquellos que aparecen decapitados cada noche, al enfrentarse a los verdaderos maleantes.
Adoro a los simplones que no les gustan las películas que les piden pensar un poco. Prefieren una con muchos balazos y trama nula porque está chida, aunque el actor sea una piedra y la suspensión de la realidad sea infumable.
Adoro a los simplones, porque no les preocupa nada más que su pequeño mundo. Para ellos es fácil salvar ése mundo porque no va más allá de lo que ven en el momento. Son unos héroes todos los días por el simple hecho de no morir. Adoro a los simplones que creen que el Seguro Popular sirve, que Oportunidades es funcional y que estamos saliendo de la Crisis Económica porque el Gobierno Federal lo repite cada dos minutos por radio y televisión. Los adoro por creer en el Gobierno.
Adoro a los simplones porque encontraron la forma perfecta de vivir y morir: sin preocuparse de lo que va a pasar cuando ya no estemos aquí. Total, los que se friegan son los que vienen, mientras, hay que aprovechar.
Ojalá yo fuera un simplón. Me evitaría molestias, cefaleas y gastritis. Todo podría valerme madres, y así sería feliz. Ojalá el no tener empleo no me preocupara. Ojalá el no tener un Gobierno no me preocupara. Ojalá el no tener la educación y la salud que son derechos escritos en la Constitución del pais no me preocuparan. Pero no puedo. Estoy por debajo de los simplones.
Nada me gustaría más que recordar una vez al año y con sólo prender la tele que los discapacitados y los niños con cáncer existen. No, yo no puedo, por mi trabajo y mi forma de ser vivo con ésa idea siempre presente, y me perturba que mi pais no tenga los medios ni la actitud necesaria para mejorar ésas tristes realidades. No, yo no puedo tranquilizar a mi conciencia donando para el Teletón, evadan o no impuestos. Yo prefiero seguir haciendo bien mi trabajo.
Me gusta pensar que tanto los lectores como los libros somos especies en peligro de extinción. Cada día quedamos menos y lamentablemente no es un rasgo hereditario. Al contrario, en éste país, si te ven con un libro en la mano, eres el rarito, eres el putito, eres el maricón. Los simplones ni siquiera pueden pensar en un insulto original. Lo peor de todo es que no les puedes dar una respuesta creativa, porque sabes que no la entenderían.
El español tardó cientos de años en moldearse y perfeccionarse. Yo tardé todos los años de mi educación en tratar de aprender a escribirlo con muy relativo éxito. Ahora veo el descuartizamiento que han hecho con mi idioma, no sólo en internet y las cajas de cereal Pop´s, sino en las mismas escuelas y universidades. Nos regodeamos encima del cadáver del español y nos parece demasiado normal. Triste va a ser el momento en que saber leer y escribir deje de ser un requisito para el trabajo, y ése momento se acerca.
Adoro a los simplones, a aquellos a los que nada profundo los aqueja. Aquellos que creen que la página de Sociales del periódico local es un marco obligado de referencia. Por lo regular son los mismos que consideran las manifestaciones de porros, Café Tacvba de nacos y el diseño gráfico una pérdida de tiempo.
Adoro a los simplones que no saben que el rock existe, porque no existe una estación local de rock. Creen que todo es pop, y están tan seguros de las bondades del pop que creen que los cantantes son los compositores de las canciones que medio interpretan.
Adoro a los simplones que tienen un celular Sony Ericsson, pero sólo lo utilizan para escuchar raeggeton a todo volumen en el camión. Para llamar y mandar mensajes tienen un Nokia de los baratos.
Adoro a los simplones que creen que estudiar está sobrevalorado. Suelen ser aquellos que glorifican a los narcotraficantes que se creen preparados para llevar el mismo estilo de vida. También suelen ser aquellos que aparecen decapitados cada noche, al enfrentarse a los verdaderos maleantes.
Adoro a los simplones que no les gustan las películas que les piden pensar un poco. Prefieren una con muchos balazos y trama nula porque está chida, aunque el actor sea una piedra y la suspensión de la realidad sea infumable.
Adoro a los simplones, porque no les preocupa nada más que su pequeño mundo. Para ellos es fácil salvar ése mundo porque no va más allá de lo que ven en el momento. Son unos héroes todos los días por el simple hecho de no morir. Adoro a los simplones que creen que el Seguro Popular sirve, que Oportunidades es funcional y que estamos saliendo de la Crisis Económica porque el Gobierno Federal lo repite cada dos minutos por radio y televisión. Los adoro por creer en el Gobierno.
Adoro a los simplones porque encontraron la forma perfecta de vivir y morir: sin preocuparse de lo que va a pasar cuando ya no estemos aquí. Total, los que se friegan son los que vienen, mientras, hay que aprovechar.
Ojalá yo fuera un simplón. Me evitaría molestias, cefaleas y gastritis. Todo podría valerme madres, y así sería feliz. Ojalá el no tener empleo no me preocupara. Ojalá el no tener un Gobierno no me preocupara. Ojalá el no tener la educación y la salud que son derechos escritos en la Constitución del pais no me preocuparan. Pero no puedo. Estoy por debajo de los simplones.
Tiene su mérito ser simplón. Y creo tambien que como en todo, hay variedades de "simplonicidad".
Sin duda se preocupan y se ocupan menos de problemas elevados, de crisis irresolubles o de conflictos anudados.
Pero quizá sean más felices que los que gastamos nuestras neuronas en ello o en cosas triviales como bloguear o leer comics o jugar videojuegos.
Quizá la única ventaja sea que reducimos un poco el riesgo de Alzheimer y Parkinson (comercial pagado por el INNN).
Feco
6 de diciembre de 2009, 20:38
lobotomizame...quiero ser simplon...:'(
MESIAS
6 de diciembre de 2009, 20:40
Todos tenemos un simplón adentro.
Todos tenemos algún rasgo que otra persona considerará superficial, poco interesante o absurdo. De acuerdo. El problema es con aquellos cuyas máximas en la vida son las mínimas en la vida de alguien medianamente interesado.
Un conductor de programas de deportes vive de saber qué equipos suben o bajan en las divisiones. Estoy seguro que los escritores de novelas se tienen que chutar soap opera tras soap opera para no repetir escenas o situaciones, pero no se estancan ahí. En cambio, el clásico tipo que cree saber de fútbol, engañita, se trauma porque el América perdió y da opiniones sin que se las pidan "porque sabe mucho de futbol" y es lo único de lo que sabe, ése es un simplón y punto.
Y parece ser tantos...
Humbert C. Christopher
6 de diciembre de 2009, 21:41
Por cierto, nadie me ha chuleado la nieve que cae en mi blog...
Humbert C. Christopher
6 de diciembre de 2009, 22:08
Ser simplón tiene sus ventajas, como bien dices, practicamente no te preocupas de nada.
Pero muchas veces es difícil hacerse de "la vista gorda" a las cosas que suceden a tu alrededor.
Julio César
7 de diciembre de 2009, 11:13
¿Cual nieve?
El Amarguetas
10 de diciembre de 2009, 13:46
Amor... La nieve no se ve siempre...
:* :* :*
Zabdy
11 de diciembre de 2009, 9:02
Larga vida a los simplones, que horror que no existieran... No imagino un mundo sin Fútbol los domingos y Plaza Américas sin gente ja ja ja, una mas entre ellos... seria difícil encontrar buen cine que rentar, un buen libro para leer y recluirme en casita :P
Me gusta la caspa que cae, sorry! la nieve, le nieve!
Slds.
Guendanavani
21 de diciembre de 2009, 14:00