164.8 Realidad alterna (8) - Navidad

La noche anterior al cónclave fui visitado en sueños. Soñé con la acacia y las manos que la tallan. Soñé con un mundo cubierto de sangre, y vi un Trono que ocupaba el Cielo y la Tierra. "Ve y piensa" me ordenaron en sueños, y entonces vi a un Rey cubierto de oro y sangre. Desperté cuando el Sol Invicto levantaba, y le seguí por otra jornada.

Como estudioso, había observado los cielos durante tres cuartas partes de mi vida. Aún siendo jóven entre mis iguales de conocimientos, fui señalada por el lucero para emprender la peregrinación hacia el Este, donde estaba el recién nacido a quien visitaríamos y llevaríamos regalos. Cerré mi observatorio, mi biblioteca y mi casa. Di órdenes a mis esclavos y a mi mayordomo y emprendí el viaje a través del desierto con mi regalo envuelto en telas húmedas. Al anochecer del séptimo día de viaje, y después de despedirme del lucero que nos había guíado, entré al cónclave donde sólo los iniciados en los misterios pueden entrar.

El Cónclave estaba precedido por Beltasiar, el más sabio de todos nosotros. Se dirigió a nosotros con bellas y veritas palabras, felicitándonos por nuestra premura. Nos advirtió acerca de las predicciones que se había realizado acerca de la situación del rey Herodes, y nos pidió que fuéramos discretos a la hora de revelar nuestros secretos y la naturaleza del viaje a algún miembro de la corte de Herodes. Al finalizar, solicitó que cada quien expusiera su presente, ya que todo debía ser conforme había sido señalado por los Profetas. Él mismo extrajo de su bolsa unas monedas de oro y ornamentos del mismo metal precioso. Los dorados destellos se confundieron con el brillo de su mirada y su aceitunada tez.
"-Le llevo vulgar oro, tan codiciado por los hombres y tan despreciado como si fuera opaco plomo por nosotros, cómo símbolo de su calidad como Rey. La fortuna que le entrego es pequeña, pero hará sus primeros años más llevaderos, hasta que se erija como Rey de los Hombres."
Melkar tomó entonces la palabra, mientras extraía de sus alforjas una caja de ébano que contenía el más puro y oloroso de los inciensos. El campamento se llenó del dulce aroma que nos prometía el Paraíso.
"-Yo le llevo delicado incienso, más puro que el que utilizan los sacerdotes de los que tanto hacemos mofa, porque Él será el Sacerdote de la Única religión: el amor al prójimo."
Gaspar entonces se adelantó, mientras extraía de sus ropajes un frasco de mirra, el preciado bálsamo traído de Chipre.
"-Yo le entregaré el rojizo bálsamo, cuyo color y textura le recordará que Él es, ante todo, un humano como nosotros, y que como tal, debe aprender a amarnos."

Uno por uno los sabios mostraron sus presentes. Cuando tocó mi turno, extendí las telas húmedas y saqué mi regalo: una tierna acacia, algo más que un brote; sin duda, un regalo humilde en comparación a las riquezas que otros entregarían. Melkar y Gaspar me miraron con duda, y Baltesiar exclamó:
"-Tu regalo es muy peculiar, venerable hermano, por favor, atiende nuestra súplica y explica su significado, ya que un árbol de semejante edad tardará mucho en crecer fuerte y vigoroso como los ejemplares adultos."
No podía hablarles de mis sueños, mis visiones y las pesadillas que me perseguían. Tomé la pequeña acacia entre mis brazos y me paré frente a la hoguera.
"-Hermanos, no es mi intención terminar el viaje que hemos comenzado. Nunca llegaré adonde está el niño, ya que debo desviar mi ruta más allá del dominio de Herodes y plantar el árbol. Mientras sus regalos ayudarán al niño en su juventud, temo que el mío sólo podrá servirle en su edad adulta. Ambos, niño y árbol crecerán, y está escrito en estrellas que no vemos que algún día estarán juntos. Mi regalo es uno que le permitirá descansar en sus horas de máximo esplendor o total oscuridad. Si se erige Rey, la madera servirá para construir un hermoso trono. Si decide ser sacerdote, un catre será formado del tronco. Siendo humano, la madera formará su cama, y si llega a fallecer como hacemos todos, el ataúd será su último hogar."

Mis hermanos meditaron mis palabras, y Baltesiar, el más sabio entre nosotros, me miró con sus ojos tristes. Supe que él había tenido los mismos sueños, y ahogando las lágrimas, me contestó:
"-Sheitan, tus palabras son ciertas. Ve y planta el árbol, y que sirva de descanso para el niño que se convertirá en hombre, rey, sacerdote y dios."

Y fui, y sembré el árbol.
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33 años después, un bosque cercano a Jerusalem.

Panterus inspeccionaba las acacias. Los árboles crecían majestuosos y sus raíces eran fuertes. Sólo una cosa gustaba más a Panterus que talar árboles, y era ver como los carpinteros judíos hacían cruces que serían utilizadas para ajusticiar a criminales judíos. Se dirigió con su escuadrón de trabajadores a la zona sur del pequeño bosque, y buscó árboles que tuvieran un buen tamaño. Encontró uno, en una pequeño claro, y lo rodeó buscando terminas o madrigueras de animales. Era perfecto. Tomó junto con otro hombre la sierra a dos manos, y comenzó a talar. Panterus era feliz talando árboles.

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