El viaje entre Santiago Tuxtla y El Zapotal se realiza en una camioneta de las denominadas viajeras: camionetas Nissan de doble cabina, modificadas con un toldo y asientos en la parte de atrás, aunque invariablemente Don Lupe, uno de los dos conductores que entran para El Zapotal, me invita a sentarme adelante, para ir más cómodo.
La región que atraviesa la viajera consta de visitar varias poblaciones ligeramente aisladas, a las orillas del camino principal, como Río Grande, Rincón del Zapatero, la Florida, Tibernal y algunas aún más pequeñas, que ni siquiera tienen mención en los mapas. Entre poblados, se atraviesa una carretera secundaria, asfaltada y descuidada, con un tránsito que cada día parece disminuir mas. Debido a la temporada de lluvias, que este año tardó más de la cuenta en comenzar, las plantas y árboles situados a ambos lados de la carretera crecieron exhuberantemente, al punto de llegar a invadir el camino, dificultando el paso de vehículos en algunos puntos como las traicioneras curvas. Fue debido a esta situación y a la lluvia que no dejó de caer desde que tomé la camioneta en Santiago, que el vehículo derrapó y salió del camino, en una de esas curvas situadas entre Guinda y Tibernal, casi a punto de llegar a El Morillo. La camioneta se tambaleó un poco y terminó enterrada en lodo, a unos veinte metros de ls carretera. Afortunadamente, sólo viajábamos Don Lupe y yo, así que no hubo heridos que atender. Vimos el estado de la camioneta, la cual no sufrió más daño que estar hundida en un charco de lodo, y Don Lupe tomó la decisión de ir a buscar ayuda al taller de Tibernal, donde podría llamar a una grúa. "No se preocupe, médico" me dijo, "usted puede esperar en aquella casa, la que se ve detrás de ese árbol, ahí hay un techo y una banca para que no se moje más". Señaló una construcción apenas disimulada por la vegetación, la cual contaba, efectivamente, con un techo de lámina lo suficientemente ancho para cubrir a una persona y un tocón de árbol a modo de asiento.
Así que mientras Don Lupe se marchaba por ayuda, yo me senté fuera de lo que parecía una casa abandonada, aunque bien conservada, protegido de la lluvia y sentado. Después del desvelo, el incómodo viaje de tres horas de Veracruz a Santiago, el accidente en la viajera, y escuchando el sonido de la lluvia golpear la lámina de zinc, lo más natural del mundo fue quedarme dormido.
Abrí lo ojos en mi sueño, sentado en aquel tocón. Me había despertado un ruido que no había podido identificar, proveniente de algún punto dentro de la casa. Aunque sospechaba que se trataba de un episodio onírico, y puesto que no me despertaba, decidí levantarme, continuar con ése sueño. Me acerqué a la puerta de la casa y al atravesarla, me encontré en la sala de espera de mi Unidad Médica, en Zapotal. La transición no me impresionó, porque esto ocurre a menudo en sueños. Fue la consciencia de la transición lo que me extrañó, ya que nadie tiene tal control sobre los sueños sin despertar.
Tomé asiento en mi escritorio y divisé una figura vestida de blanco que venía de la sala de espera. No era, como suponía, mi enfermera, sino que era una mujer bastante alta, delgada y con el rostro cubierto de un velo blanco. Supe que no quería verla sin el velo, y me limité a escucharla. "Ya llegaron sus pacientes, doctor" me dijo. Y sin esperar, se dio la media vuelta.
Sentado en el escritorio, escuché unos pasos de pies delcalzos, unos pies que se arrastraban. Entró don Marcos, un anciano de casi 100 años, arrastrando los pies. "Fíjese doctor, que ya no me dan los dolores. Ésas pastillitas que me dio funcionaron bien, me dieron mucho sueño y cuando abrí los ojos, ya nada me dolía" me dijo. "En fin, sólo vine a dejarle esta flor de agradecimiento" me dijo, mientras me entregaba un cempaxóchilt. Se marchó con su centenaria sonrisa desdentada, dejándome sumido en mis pensamientos. Pero apenas se hubo marchado, entró don Inocencio. "Doctor" me dijo, "sólo pasaba para decirle que usted tenía razón, ése dolorcito en el pecho que me quitó solito. Bueno, en la noche me dolió un poco más, pero amanecí como nuevo. Usted si sabe lo que hace, doctor". Don Inocencio siempre era parco de palabras, así que me dio la mano y me extendió una caña de azúcar. "Ahí se la come cuando tenga tiempo, doctor, yo me voy".
Después entró doña Catalina. "Ay doctor, qué bueno es usted, me ahorró un dinerito y tenía razón, yo no necesitaba el segundo papanicolau para comprobar si ya no tenía la...¿cómo se llama?, la displasia ésa, aquí le dejo una narajita por si usted gusta".
Después fue don Flavio: "Fíjese mi doctorcito, que la inyección que me puso me calmó el dolor de hueso. Estuve sangrando por la noche, pero hoy amanecí como niño de 15 años, mire usted. Además, hoy vino mi prima, ¿se acuerda que le conté, la de la cirrosis?, pues vino y hoy nos vamos a ver a mis padres. Le agradezco mucho mi doctorcito, aquí le dejo esta tacita de chocolate, pa´ que desayune".
Después fue doña Mago: "Gracias doctor, ya se me quitó el dolor de cabeza que no me dejaba dormir, lo malo es que ahora no he visto a mi marido desde que desperté, pero no importa. Tome, le dejo una calaverita de azúcar, con eso del día de los difuntos".
Así fue gran parte de mi sueño, cuando terminó la consulta, yo salí de la sala con un ramo de flores, varios kilos de naranjas y cañas, dos calaveritas de dulce, café de olla, café, champurrado, tres panes de muertos y el agradecimiento de mi comunidad. Pero no me sentía bien. Estaba a punto de salir por la puerta cuando la figura vestida de blanco, sentada en el escritorio de la enfermera, me dijo: "Por cierto doctor, para mañana están citados los niños, para abrir temprano la consulta. Recuerde que hubo epidemia de gripe en la escuela y pues todos se sienten mejor ahora y quieren venir a agradecerle su atención".
Abrí lo ojos en el tocón, afuera de la casa abandonada. La lluvia continúa cayendo, y a lo lejos divisé que venía Don Lupe con la gente del taller. "No se preocupe, médico, ya salimos de ésta y nos vamos para El Zapotal". Esperé que sacaran la camioneta del bache, tomé mis cosas y me subí. "Por cierto", me dijo Don Lupe, "aquí le manda esto mi señora" y me entregó unas flores de cempaxóchilt recién cortadas, "dice que ya se siente mejor con lo que usted le mandó". Y continuamos nuestro viaje.
La región que atraviesa la viajera consta de visitar varias poblaciones ligeramente aisladas, a las orillas del camino principal, como Río Grande, Rincón del Zapatero, la Florida, Tibernal y algunas aún más pequeñas, que ni siquiera tienen mención en los mapas. Entre poblados, se atraviesa una carretera secundaria, asfaltada y descuidada, con un tránsito que cada día parece disminuir mas. Debido a la temporada de lluvias, que este año tardó más de la cuenta en comenzar, las plantas y árboles situados a ambos lados de la carretera crecieron exhuberantemente, al punto de llegar a invadir el camino, dificultando el paso de vehículos en algunos puntos como las traicioneras curvas. Fue debido a esta situación y a la lluvia que no dejó de caer desde que tomé la camioneta en Santiago, que el vehículo derrapó y salió del camino, en una de esas curvas situadas entre Guinda y Tibernal, casi a punto de llegar a El Morillo. La camioneta se tambaleó un poco y terminó enterrada en lodo, a unos veinte metros de ls carretera. Afortunadamente, sólo viajábamos Don Lupe y yo, así que no hubo heridos que atender. Vimos el estado de la camioneta, la cual no sufrió más daño que estar hundida en un charco de lodo, y Don Lupe tomó la decisión de ir a buscar ayuda al taller de Tibernal, donde podría llamar a una grúa. "No se preocupe, médico" me dijo, "usted puede esperar en aquella casa, la que se ve detrás de ese árbol, ahí hay un techo y una banca para que no se moje más". Señaló una construcción apenas disimulada por la vegetación, la cual contaba, efectivamente, con un techo de lámina lo suficientemente ancho para cubrir a una persona y un tocón de árbol a modo de asiento.
Así que mientras Don Lupe se marchaba por ayuda, yo me senté fuera de lo que parecía una casa abandonada, aunque bien conservada, protegido de la lluvia y sentado. Después del desvelo, el incómodo viaje de tres horas de Veracruz a Santiago, el accidente en la viajera, y escuchando el sonido de la lluvia golpear la lámina de zinc, lo más natural del mundo fue quedarme dormido.
Abrí lo ojos en mi sueño, sentado en aquel tocón. Me había despertado un ruido que no había podido identificar, proveniente de algún punto dentro de la casa. Aunque sospechaba que se trataba de un episodio onírico, y puesto que no me despertaba, decidí levantarme, continuar con ése sueño. Me acerqué a la puerta de la casa y al atravesarla, me encontré en la sala de espera de mi Unidad Médica, en Zapotal. La transición no me impresionó, porque esto ocurre a menudo en sueños. Fue la consciencia de la transición lo que me extrañó, ya que nadie tiene tal control sobre los sueños sin despertar.
Tomé asiento en mi escritorio y divisé una figura vestida de blanco que venía de la sala de espera. No era, como suponía, mi enfermera, sino que era una mujer bastante alta, delgada y con el rostro cubierto de un velo blanco. Supe que no quería verla sin el velo, y me limité a escucharla. "Ya llegaron sus pacientes, doctor" me dijo. Y sin esperar, se dio la media vuelta.
Sentado en el escritorio, escuché unos pasos de pies delcalzos, unos pies que se arrastraban. Entró don Marcos, un anciano de casi 100 años, arrastrando los pies. "Fíjese doctor, que ya no me dan los dolores. Ésas pastillitas que me dio funcionaron bien, me dieron mucho sueño y cuando abrí los ojos, ya nada me dolía" me dijo. "En fin, sólo vine a dejarle esta flor de agradecimiento" me dijo, mientras me entregaba un cempaxóchilt. Se marchó con su centenaria sonrisa desdentada, dejándome sumido en mis pensamientos. Pero apenas se hubo marchado, entró don Inocencio. "Doctor" me dijo, "sólo pasaba para decirle que usted tenía razón, ése dolorcito en el pecho que me quitó solito. Bueno, en la noche me dolió un poco más, pero amanecí como nuevo. Usted si sabe lo que hace, doctor". Don Inocencio siempre era parco de palabras, así que me dio la mano y me extendió una caña de azúcar. "Ahí se la come cuando tenga tiempo, doctor, yo me voy".
Después entró doña Catalina. "Ay doctor, qué bueno es usted, me ahorró un dinerito y tenía razón, yo no necesitaba el segundo papanicolau para comprobar si ya no tenía la...¿cómo se llama?, la displasia ésa, aquí le dejo una narajita por si usted gusta".
Después fue don Flavio: "Fíjese mi doctorcito, que la inyección que me puso me calmó el dolor de hueso. Estuve sangrando por la noche, pero hoy amanecí como niño de 15 años, mire usted. Además, hoy vino mi prima, ¿se acuerda que le conté, la de la cirrosis?, pues vino y hoy nos vamos a ver a mis padres. Le agradezco mucho mi doctorcito, aquí le dejo esta tacita de chocolate, pa´ que desayune".
Después fue doña Mago: "Gracias doctor, ya se me quitó el dolor de cabeza que no me dejaba dormir, lo malo es que ahora no he visto a mi marido desde que desperté, pero no importa. Tome, le dejo una calaverita de azúcar, con eso del día de los difuntos".
Así fue gran parte de mi sueño, cuando terminó la consulta, yo salí de la sala con un ramo de flores, varios kilos de naranjas y cañas, dos calaveritas de dulce, café de olla, café, champurrado, tres panes de muertos y el agradecimiento de mi comunidad. Pero no me sentía bien. Estaba a punto de salir por la puerta cuando la figura vestida de blanco, sentada en el escritorio de la enfermera, me dijo: "Por cierto doctor, para mañana están citados los niños, para abrir temprano la consulta. Recuerde que hubo epidemia de gripe en la escuela y pues todos se sienten mejor ahora y quieren venir a agradecerle su atención".
Abrí lo ojos en el tocón, afuera de la casa abandonada. La lluvia continúa cayendo, y a lo lejos divisé que venía Don Lupe con la gente del taller. "No se preocupe, médico, ya salimos de ésta y nos vamos para El Zapotal". Esperé que sacaran la camioneta del bache, tomé mis cosas y me subí. "Por cierto", me dijo Don Lupe, "aquí le manda esto mi señora" y me entregó unas flores de cempaxóchilt recién cortadas, "dice que ya se siente mejor con lo que usted le mandó". Y continuamos nuestro viaje.
Spooky... Suena como si hubieras soñado con "la planchada"
Lust
1 de noviembre de 2009, 15:14
Nono, no la planchada. Las alegorías del cuento de H son muchas mas. Era la muerte. La muerte que a veces es como la mas cercana compañera de un médico.
Todos aquellos que le fueron a agradecer... ¡eran los muertos!, jajajaja, H, como siempre, no me canso de decirlo, ¡excelente cuento!, y no olvidaste que mañana son los santos inocentes, o los niños muertos.
Genial, simplemente genial.
Feco
2 de noviembre de 2009, 13:36
Muchas gracias Lust y Feco por haberse dado el tiempo de leer este cuento.
Lust, aunque la Planchada es una figura bastante icónica en las leyendas mexicanas, Feco atinó al identificar a la entidad con la que más interactuamos.
Feco, gracias bro, se hace lo que se puede...y a veces hasta lo que no se puede.
Humbert C. Christopher
2 de noviembre de 2009, 23:17
No manches has segado mas almas en ese pueblucho que en el internado...
MESIAS
10 de noviembre de 2009, 0:26