Entrada Veintidos: El Rey ha muerto, larga vida a Rey.

"Cualquiera que entienda el ajedrez sabe que, salvo por el título, soy el campeón del mundo. Ya hace mucho tiempo que soy el mejor."

Robert James "Bobby" Fischer


Son pocas las cosas que me pueden bajar el ánimo tan rápido como la noticia que acabo de leer en las páginas dedicadas al ajedrez: La muerte de Bobby Fischer, campeón del mundo del ajedrez en 1972, ex-campeón del mundo del ajedrez por el resto de su vida.

Bobby era único en el mundo: grosero, altivo, poco realista, caprichoso, un All-American boy, lector de Mad y arduo admirador de las chicas de senos grandes. Un brillante ajedrecista que desde los trece años mantuvo un jaque perpetuo en las autoridades de su propio país, desde que vapuleó a Donald Byrne en la denominada "partida del siglo".

A partir de la muerte de Alexander Alekhine en 1946, el título de Campeón del Mundo estaba totalmente polarizado en "la otra mitad" del mundo: URSS, donde el ajedrez era deporte nacional. La supremacía soviética era total: Botvinnik, Smyslov, Tal, Petrossian, Spassky, cinco Reyes que desde 1948 ostentaron la corona del ajedrez. Hasta 1972. Hasta Reykjavik. Hasta Bobby.

El mítico torneo de Reykjavik fue la imposición de las reglas de Bobby: reglas que beneficiaban a los ajedrecistas, otrogándoles el lugar merecido como deportistas de alto rendimiento. Incluso Henry Kissinger y Richard Nixon tuvieron que intervenir para que él accediera a jugar.

En 21 partidas, a los 29 años, Bobby fue el mejor jugador del mundo. Borís Spassky, el menos soviético de los jugadores soviéticos, entrega la corona a la personalidad más desafiante que haya movido un peón de rey.

Destrozó a los soviéticos. Sumó veinte victorias seguidas enfrente de grandes maestos. Abrió una brecha entre él y el resto del mundo, y ascendió.

Y después, el silencio. Bobby dejó de participar en torneos grandes. No defendió el título. Se aisló. Regresó en 1992 a competir de nuevo contra Spassky, en un match de recuerdo por los 20 años del campeonato. Hasta ahí.

Padre de una hija con una mujer filipina, perseguido por los americanos, arrestado en Japón, al final Bobby recibió la nacionalidad del país que más lo quiso, después de su natal EUA: Islandia. Fue ahí a estudiar libros de historia, tratando de escribir un libro que hablara de personajes perseguidos, rodeado de paranoia y una insuficiencia renal que lo mataría.

Aún en su muerte, Bobby Fischer no escapó del tablero: murió a los 64 años de edad, uno por cada cuadro del tablero de ajedrez. Y murió en Islandia, donde se consagrara como un dios entre mortales.

Al final de todo, el ajedrez es la vida, y eso lo sabia Bobby mejor que nadie.



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