El día prometía más sequía. Por las vacas no me preocupo, porque todas están muertas; pero el maíz es otra cosa. Si el maíz no crece este año todo esto se acaba. No es que importe mucho la vida de un anciano, pero al final de cuentas es mi vida. Lo que queda de ella. Mi manos me duelen un poco más cada día, y mi espalda suena cada vez mas cuando me muevo. Por las mañanas debo tenderme un rato al sol para que pueda mover mis cansadas articulaciones, pero aún no estoy acabado.
Al final del día me siento en mi porche, en la vieja mecedora de la familia, con mi vaso de cerveza hecha en casa, la cual está tibia pero no deja de ser mi cerveza. Si tuviera un puro tal vez no me quejaría tanto, pero el tabaco escasea en estos días. Mi último puro fue en los buenos tiempos, y los buenos tiempos murieron hace mucho.
Al final de la tarde vea la nube que se levanta encima de las áridas tierras. Sonrío por un momento, porque incluso percibo el sonido de un trueno, pero mi sonrisa desaparece cuando el trueno se revela como el motor de varios vehículos que se acercan. Hace unos años hubiera recibido éstas visitas inesperadas con la vieja Matilde en mis manos, cargada y dispuesta a escupir su plomo sobre los que vienen a robarle a este anciano la paz de sus últimos años. Ahora no me queda más que esperar sentado. No me puedo mover tan rápido como para levantarme.
Son varias camionetas, llenas de hombres con armas, aunque la mayoría no son más que niños.
-¿Eres tú Humbert Christopher?- me pregunta uno de los hombres mayores, con ésos lentes que parecen espejos y una gorra de camionero. No distingo si tiene aceite en la cara o es pintura de guerra, pero tiene la cara manchada.
Gruño mi respuesta.
-Lo soy- y doy un trago a mi cerveza. El sabor de la cerveza tibia no me provoca las náuseas que me provoca el homogéneo grupo que viene a buscarme. Si quieren problemas, tienen que buscar en otro lado. Dejé los problemas hace mucho.
-¿El Capitán Humbert C. Christopher, del Ejército Revolucionario Méxicano?
Veo ahora porqué me buscan. Ya sea para matarme o reclutarme.
-No he escuchado ése nombre y rango en mucho tiempo. El Ejército Revolucionario dejó de existir hace décadas. El Capitán Humbert está muerto.
Otro hombre, más joven y más tonto toma la palabra. Es enérgico. Me recuerda a mi hijo.
-¡El Ejército Revolucionario se volvió a levantar!, ¡estamos en Guerra nuevamente contra el Gobierno espurio!
Doy otro trago a la cerveza. No lo puedo creer. Me rio, ante la mirada atónita de la multitud. Cuento rápido a cuarenta personas. Toda una guerrilla está en mis puertas. Los buenos tiempos.
-Necesitamos a un líder, Capitán. Usted peleó la última Guerra. Usted ha sobrevivido. Lo necesitamos- me dice el primer hombre que habló
-Lo que necesitan es volver a sus casas con sus mujeres y niños-digo, dirigiendoles una mirada cansada y amarga, la misma que veo todas las mañanas en el espejo. Después veo intencionalmente al joven que se parece a mi difunto hijo y agrego-, y con sus madres. La Guerra terminó hace mucho y nada la traerá de vuelta.
Los hombres protestan. Acusan al hombre de engañarlos y me acusan a mi de poco patriota. El líder trata de componer el fiasco que está llevando a cabo.
-La democracia está en peligro, Capitán. Es hora de traer la justicia al pueblo, a la gente.
Me levanto. Dejo que escuchen mis viejos huesos crujir. Guardan silencio. Exploto.
-Escúchame hijo, en éste país la única justicia que le queda a un anciano es pasar en paz sus últimos años. ¿Quieres hablarme de justicia?, hablemos encima de ésa colina a tu izquierda. En ésa colina hablaremos entre las tumbas y cruces de mi familia, de mi esposa y mis hijos y hablaremos de toda la justicia que quieras. Después de hablar éste anciano te romperá todos los dientes del cuerpo y te mandará a darle un beso a tu esposa y un abrazo a tus hijos para que sepas lo que significa la Guerra para mí.
No dejo que vean las lágrimas en mis ojos. Me quedo quieto, mientras veo el entendimiento penetrar poco a poco el poco cerebro del hombre. Los demás no lo entenderán, ya que las manadas no tienen inteligencia. Dejaré que el tipo les explique después, cuando se larguen de mi casa.
Se alejan en sus camionetas, furiosos. Tendrán su guerra de todas formas, pero éste anciano acabado no estará en ella. Entro a mi casa, masticando la soledad de los últimos veinticinco años. Lloro en mi cama, sentado, mientras huelo el mechón de cabello de mi esposa que he guardado y la ropa que conservo de mis niños. Saco una caja debajo de mi cama, mientras mi furia me pregunta "¿porqué no?". En la caja está Matilde, esperando. La vieja escopeta conserva intactos sus mecanismos. ¿Porqué no?, ¿cuántas veces mis artríticos dedos podrían apretar el gatillo antes de hacerse trizas por el retroceso?, ¿cuántas veces podré disparar antes de caer abatido?, ¿a cuántos hombres me llevaré por delante antes de volver a ver a mi familia?
¿Porqué no? La última guerra la perdimos tratando de derrocar a un gobierno injusto y totalitario. Veinticinco años después poco ha cambiado. Podríamos volver a recordarle al gobierno que aún lo estamos observando. Que aún esperamos. Que aún estamos furiosos.
Tomo a Matilde en mis brazos. La cargo y recorto el cartucho. Se siente demasiado natural. Afuera, un trueno anuncia una tormenta. Se acerca una tormenta. Y es una de las grandes.
Al final del día me siento en mi porche, en la vieja mecedora de la familia, con mi vaso de cerveza hecha en casa, la cual está tibia pero no deja de ser mi cerveza. Si tuviera un puro tal vez no me quejaría tanto, pero el tabaco escasea en estos días. Mi último puro fue en los buenos tiempos, y los buenos tiempos murieron hace mucho.
Al final de la tarde vea la nube que se levanta encima de las áridas tierras. Sonrío por un momento, porque incluso percibo el sonido de un trueno, pero mi sonrisa desaparece cuando el trueno se revela como el motor de varios vehículos que se acercan. Hace unos años hubiera recibido éstas visitas inesperadas con la vieja Matilde en mis manos, cargada y dispuesta a escupir su plomo sobre los que vienen a robarle a este anciano la paz de sus últimos años. Ahora no me queda más que esperar sentado. No me puedo mover tan rápido como para levantarme.
Son varias camionetas, llenas de hombres con armas, aunque la mayoría no son más que niños.
-¿Eres tú Humbert Christopher?- me pregunta uno de los hombres mayores, con ésos lentes que parecen espejos y una gorra de camionero. No distingo si tiene aceite en la cara o es pintura de guerra, pero tiene la cara manchada.
Gruño mi respuesta.
-Lo soy- y doy un trago a mi cerveza. El sabor de la cerveza tibia no me provoca las náuseas que me provoca el homogéneo grupo que viene a buscarme. Si quieren problemas, tienen que buscar en otro lado. Dejé los problemas hace mucho.
-¿El Capitán Humbert C. Christopher, del Ejército Revolucionario Méxicano?
Veo ahora porqué me buscan. Ya sea para matarme o reclutarme.
-No he escuchado ése nombre y rango en mucho tiempo. El Ejército Revolucionario dejó de existir hace décadas. El Capitán Humbert está muerto.
Otro hombre, más joven y más tonto toma la palabra. Es enérgico. Me recuerda a mi hijo.
-¡El Ejército Revolucionario se volvió a levantar!, ¡estamos en Guerra nuevamente contra el Gobierno espurio!
Doy otro trago a la cerveza. No lo puedo creer. Me rio, ante la mirada atónita de la multitud. Cuento rápido a cuarenta personas. Toda una guerrilla está en mis puertas. Los buenos tiempos.
-Necesitamos a un líder, Capitán. Usted peleó la última Guerra. Usted ha sobrevivido. Lo necesitamos- me dice el primer hombre que habló
-Lo que necesitan es volver a sus casas con sus mujeres y niños-digo, dirigiendoles una mirada cansada y amarga, la misma que veo todas las mañanas en el espejo. Después veo intencionalmente al joven que se parece a mi difunto hijo y agrego-, y con sus madres. La Guerra terminó hace mucho y nada la traerá de vuelta.
Los hombres protestan. Acusan al hombre de engañarlos y me acusan a mi de poco patriota. El líder trata de componer el fiasco que está llevando a cabo.
-La democracia está en peligro, Capitán. Es hora de traer la justicia al pueblo, a la gente.
Me levanto. Dejo que escuchen mis viejos huesos crujir. Guardan silencio. Exploto.
-Escúchame hijo, en éste país la única justicia que le queda a un anciano es pasar en paz sus últimos años. ¿Quieres hablarme de justicia?, hablemos encima de ésa colina a tu izquierda. En ésa colina hablaremos entre las tumbas y cruces de mi familia, de mi esposa y mis hijos y hablaremos de toda la justicia que quieras. Después de hablar éste anciano te romperá todos los dientes del cuerpo y te mandará a darle un beso a tu esposa y un abrazo a tus hijos para que sepas lo que significa la Guerra para mí.
No dejo que vean las lágrimas en mis ojos. Me quedo quieto, mientras veo el entendimiento penetrar poco a poco el poco cerebro del hombre. Los demás no lo entenderán, ya que las manadas no tienen inteligencia. Dejaré que el tipo les explique después, cuando se larguen de mi casa.
Se alejan en sus camionetas, furiosos. Tendrán su guerra de todas formas, pero éste anciano acabado no estará en ella. Entro a mi casa, masticando la soledad de los últimos veinticinco años. Lloro en mi cama, sentado, mientras huelo el mechón de cabello de mi esposa que he guardado y la ropa que conservo de mis niños. Saco una caja debajo de mi cama, mientras mi furia me pregunta "¿porqué no?". En la caja está Matilde, esperando. La vieja escopeta conserva intactos sus mecanismos. ¿Porqué no?, ¿cuántas veces mis artríticos dedos podrían apretar el gatillo antes de hacerse trizas por el retroceso?, ¿cuántas veces podré disparar antes de caer abatido?, ¿a cuántos hombres me llevaré por delante antes de volver a ver a mi familia?
¿Porqué no? La última guerra la perdimos tratando de derrocar a un gobierno injusto y totalitario. Veinticinco años después poco ha cambiado. Podríamos volver a recordarle al gobierno que aún lo estamos observando. Que aún esperamos. Que aún estamos furiosos.
Tomo a Matilde en mis brazos. La cargo y recorto el cartucho. Se siente demasiado natural. Afuera, un trueno anuncia una tormenta. Se acerca una tormenta. Y es una de las grandes.
Si me dijeras que es una estampa del mexico revolucionario, te creería. Si me dijeras que es una visión futurista, te creería.
Si me dijeras que eso está sucediendo ahora mismo, te creería.
A veces me he preguntado si no tendremos que pasar por algo asi...
Feco
20 de julio de 2009, 6:49